Desde las fronteras del insomnio se ve el día, oscuro. Aquí las letras llegan
lentas, una por una, y las sílabas se suben como escalones de Everest. Todo
ocurre en el día, es cierto, pero ahora el tiempo se
embrutece, y entonces va al paso de una ballena azul, como una ballena azul que
nada y flota en su tiempo cíclico, en su círculo, en su sonámbula paz. Así se
ve el mundo y la vida desde las fronteras del insomnio, con las ojeras en alto,
es decir, en bajo, y con el alargar de los dedos, con el estirar de la piel,
con el carcomido sentimiento de que la vida ha cesado su incesante navegar y
que ahora qué, ahora qué, ahora qué. Ahora el eslembado y pasolento de un
caballo de paso gordo, de paso endulzado, de paso churra.